La inestabilidad institucional, la falta de democracia y los golpes militares tiñeron la totalidad de mi juventud.
Así crecí y llegué a los 30 años, allá por el 83.
Nací en los 50, Perón se estaba yendo, Evita vivía en millones, pero miraba desde una estrella.
Crecimos sanos pero con miedo, algo así como esa sensación que te da la inseguridad actual. Uno nunca se acostumbra a ello, como tampoco a vivir encadenado.
Millones de argentinos llegamos a 1973 sin haber tenido elecciones libres, sin proscripciones. Él volvió porque los que estuvieron fueron peores. Tuvo razón.
Miles de pibes como yo, faltos de libertad y democracia nos comprometimos con los ideales más puros que pueda tener un ser humano, la entrega total a una causa.
Visto desde hoy parece tan ingenuo, tan infantil, tan utópico… La madurez en el hombre trae sensatez, racionalidad y conciencia en lo posible. Eso sí, la adrenalina, el sentirte poderoso, útil y capaz de alcanzar metas poco probables sólo lo vivís de joven. Te comés el mundo. Qué no daría hoy por revivir esa sensación irrepetible.